Al final de la Primera Guerra Mundial.
Dos oficiales médicos, amigos de la infancia, trabajan en el mismo hospital militar, donde cada día llegan del frente los heridos más graves.
Muchos de ellos, sin embargo, tienen heridas autoinfligidas, son simuladores, que harían cualquier cosa menos volver al combate.
Stefano, de familia de clase burguesa alta, está obsesionado con estas heridas autoinfligidas y, además de médico, es, a su manera, policía.
Giulio, aparentemente más comprensivo y tolerante, se siente incómodo ante la visión de la sangre, se inclina más por la investigación y le hubiera gustado ser biólogo. Anna, amiga de ambos desde la universidad, descuenta el hecho de ser mujer. En aquella época, sin una familia influyente detrás, era difícil obtener un título de medicina. Pero ella afronta con entereza el duro trabajo voluntario en la Cruz Roja. Mientras tanto, algo extraño ocurre entre los enfermos: muchos empeoran misteriosamente. Tal vez haya alguien provocando deliberadamente complicaciones en sus heridas, para que los soldados sean enviados a casa, incluso lisiados, incluso mutilados, con tal de que no vuelvan a la batalla.
Así que hay un saboteador dentro del hospital, del que Anna es la primera en sospechar.
Pero en el frente de guerra, justo hacia el final del conflicto, se propaga una especie de infección que no sólo afecta a las armas enemigas. Y pronto infecta también a la población civil…